domingo, 29 de noviembre de 2009

El Tapiz de Bayeux animado

El tapiz de Bayeux relata los hechos acontecidos entre 1064 y 1066 de la conquista de Inglaterra por los normandos y del transcurso de la decisiva batalla de Hastings, que cambiaron el curso de la historia de las naciones francesa y británica.

El relato epopeyo comienza en 1064 cuando el anciano rey Eduardo de Inglaterra, sin heredero directo, envía a su cuñado Harold el Sajón a Francia para que ofrecezca la corona a su primo designado como sucesor, Guillermo de Normandía. A pesar de jurar fidelidad a Guillermo, Harold no aguanta la tentacion y decide hacerse con la corona a su regreso a Inglaterra y la muerte repentina de Eduardo el 5 de enero de 1066. Guillermo no se queda con los brazos cruzados y prepara durante varios meses una gran armada y desembarca con su ejército en el Sussex, derrotando y dando muerte finalmente a Harold y sus tropas en los campos de Hastings.

martes, 24 de noviembre de 2009

Línea Cronológica de la Segunda Guerra Mundial.

Este 1 de septiembre pasado se cumplieron 70 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial, aunque el buen historiador Niall Ferguson es de la idea que la Segunda guerra mundial no debería de llamarse así, sino, segunda guerra de los treinta años, ya que para entender la SGM hay que regresar a las causa de la Gran Guerra(Primera Guerra Mundial), además que en su opinión la Segunda guerra de los treinta años(o SGM) no inicio con la invasión de las tropas alemanas a Polonia sino con el incidente en el puente de Marco Polo el 7 de julio de 1937 entre tropas Imperiales Japonesas y el ejército revolucionario Nacional Chino. Lo sé, los entiendo, Ferguson es un irreverente pero me gusta mucho como escribe, pero por ahoara dejemos atrás al Profesor Ferguson y regresemos al tema de la segunda guerra mundial, el periódico de The Guardian , tiene una página web dedicada a este conflicto, en ella pueden encontrar una línea de tiempo(timeline) para los que le gustan las paginas interactivas, espero que la aprovechen.

The second world war: a timeline , Comienza en 1920 y termina en 1948 con la fundacion de la Union Europea.

La Ciencia se rie de las teorias Apocalipticas

El fin esta cerca, esta prácticamente a la vuelta de la esquina, bueno según las teorías conspirativas y una buena cantidad de entendidos en el apocalipsis, el fin está por llegar. Pero mientras nos llegan los sonidos de trompeta y el presidente Obama nos avisa que ya no pueden hacer nada por salvar el planeta, hoy en el periódico ABC, se mencionan algunas de esta teorías que causan risa a los científicos, pero esperemos que como dicen el viejo refrán el que ríe al ultimo ríe mejor, los que rían de ultimo no sean los testigos de Jehová.

El fin del mundo será otro día: las profecías de las que se ríe la ciencia.

Desde principios de los tiempos han sido muchos los que han pronosticado el fin del mundo, cada cual con un final distinto, pero siempre a lo grande, con cielos que se abren, explosiones atómicas o meteoros que se estrellan contra la Tierra. Temores como estos resurgen cada pocos años, en algunos casos acompañados de teorías pseudoreligiosas o pseudocientíficas, que a los dos bandos recurren los apocalípticos para elaborar sus estrafalarios augurios. El caso es que las fechas previstas por estos agoreros han pasado sin pena ni gloria, como otro día cualquiera, desde el año 800 en el que el Beato de Liébana pronosticó su Apocalipsis hasta la más reciente, hace poco más de un año, de la puesta en marcha del Gran Acelerador de Hadrones (LHC) en Ginebra. Por cierto, prepárense porque, que se sepa, aún quedan dos finales por llegar: el que causará la misma «máquina del Big Bang» cuando se ponga en marcha de nuevo a toda potencia en enero y, por supuesto, el que algunos pronostican para 2012 en una curiosa interpretación del final del calendario maya. No digan que no les habíamos advertido.

Estas son algunas de las hecatombes más famosas a las que hemos sobrevivido, aunque seguramente el lector podrá añadir algunas más que tenga en su memoria:

-La Mir caerá sobre París y se desatará una oleada de desastres: Pasar de 1999 al año 2000 no podía ser algo ordinario. Además de los efectos perversos que el salto de centuria pudiera tener en los ordenadores -instituciones y empresas se prepararon para el acontecimiento-, el mundo se enfrentó a una profecía impresionante que tiene su origen en las teorías de Nostradamus. El excéntrico modisto Paco Rabanne cambió las telas y las agujas por una bola de cristal y advirtió a la Humanidad de que la vieja estación espacial rusa Mir iba a caer sobre la ciudad de París el 11 de agosto de 1999, fecha que coincidía con el último eclipse total del milenio. A partir de ahí, se sucederían una serie de desastres que conducirían sin remedio al fin de los tiempos. ¿Recuerda que hizo ese día? A no ser que algo importante de índole personal ocurriera en su vida, ese 11 de agosto no se diferenció demasiado de cualquier otro día del verano. El diseñador hizo un ridículo espantoso al que luego intentó quitar hierro, pero su reputación había quedado tocada sin remedio.

-El triste caso de La Puerta del Cielo: Si podemos tomar a chufla las declaraciones de Rabanne -al fin y al cabo el mayor perjudicado fue él mismo- esta historia es realmente trágica. En 1997, 39 miembros de la secta La Puerta del Cielo se quitaron la vida en la mansión en la que residían en San Diego (California) para que los extraterrestres llevaran sus almas a una nave espacial y evitar así el Armagedón que pronto caería sobre la Tierra. «Prefiero apostar en perder el autobús hacia el cielo que quedarme en este planeta y arriesgarme a perder mi alma. No hemos muerto, simplemente nos hemos mudado de este vehículo que es nuestro cuerpo», declaraba uno de los líderes en un cinta previamente enviada a la cadena de noticias CNN. Esta locura colectiva tuvo imitadores. Meses después, en Canarias, la Policía evitó que 34 adeptos de un grupo pseudorreligioso se suicidaran en el Teide, donde esperaban que les recogiera una nave espacial para salvarlos del fin del mundo.

-Un meteorito chocará contra la Tierra: Esta es una de las profecías más habituales y uno de los temores más extendidos en lo que el astrobiólogo David Morrison, un experto de renombre mundial en el sistema solar, denomina «cosmofobia», un miedo sin fundamento a los fenómenos que ocurren en el Universo. El italiano Giorgio Bongiovanni alertaba de que un meteorito chocaría contra nuestro planeta en 1991... porque se lo habían comunicado Jesús y la Virgen. Sus teorías aún circulan por distintas webs de dudoso gusto.

-El aviso del cometa Halley: El Halley dio muchísimo de sí a los predicadores del fin de los tiempos. Su paso cerca de la Tierra en 1986 fue interpretado por los amigos de lo oculto como una señal de que pronto íbamos a enfrentarnos al juicio de los juicios. El peruano Sixto Paz, una especie de visionario, calculó en su día que la sarracina mundial se produciría a causa de una gran guerra atómica. En el cielo, el cometa Halley -¿qué demonios tendrá que ver con la bomba atómica?- sería el aviso del sacrificio humano. ¿El resultado? Han pasado más de veinte años...

-¿Que la vida sigue después del día señalado? Pues cambiamos la fecha: Es una estrategia común entre los más desfachatados. Si el fin del mundo no llega cuando lo has previsto, dices que será otro día y tan frescos. Después de leer la Biblia a su manera, William Miller, fundador de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, propuso el epílogo para el 21 de marzo de 1843. Ese día debió de notar algunas miradas suspicaces, así que trasladó un segundo final al 22 de octubre de 1844. No fue el único que se divirtió con un baile de fechas. Los Testigos de Jehová han tenido ya varios apocalipsis (1874, 1914, 1918, 1925, 1940 y 1975). Lo mismo ha ocurrido con los agoreros del LHC, como veremos más adelante.

La Edad Media fue una época rica en predicciones fatalistas a partir de la interpretación de la Biblia. Beato de Liébana eligió el año 800; Arnaldo de Vilanova, 1370... Se inició así una carrera de fracasos que ha llegado hasta nuestros días. El mundo se enfrenta ahora a dos posibles y absurdos finales. Uno ya lo conocemos, y lo más probable es que cuando llegue ocurra lo mismo que ocurrió hace un año: nada. Se trata del miedo que algunos sectores poco informados tienen al LHC. Un grupo internacional denominado ConCERNed incluso lo ha denunciado ante la ONU porque considera que la máquina puede crear un agujero negro que engulla el planeta entero. Ahí es nada. Si todo marcha como está previsto, nos reiremos del tema a principios de 2010, cuando el ingenio, si hay suerte, consiga recrear un «Big Bang» en miniatura.

El segundo final, por si el primero le viene mal, es de película: el de diciembre de 2012. Ya saben, esa interpretación libre del calendario maya sobre la hecatombe que Hollywood y otros interesados se han encargado de engordar en diferenes webs de marketing viral. Vaya preparando su agenda y no haga demasiados planes.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Breve Historia De Los Colores.

El ser humano nació para vivir rodeado de arboles, rodeado de una naturaleza colorida, nuestros ojos fueron hechos para eso, para poder apreciar toda la naturaleza en su gran esplendor, ese esplendor colorido, no fuimos hechos para preciar un montón de asfalto, cemento y hierros apilados, nuestros ojos no se deberían de merecer ese trato, un muy mal trato, cuantos colores podemos apreciar y distinguir en la naturaleza, si te paras a pensar y admirar a tu alrededor quedaras estupefacto de la gran gama de colores que nos rodea. Listos para ser apreciados y vistos por unos ojos que se lo merecen. Según los test de óptica, el ojo humano puede diferenciar hasta ciento ochenta, e incluso doscientos matices. De tantos tenerlos ante nuestros ojos hemos terminado por no verlos. "Los ojos del hombre evolucionaron no para contemplar la monótona grisura del paisaje urbano, sino para distinguir las sutiles tonalidades de dorados, verdes y rojos que indicaban la presencia de hojas tiernas y fruta madura, y su cerebro, para recompensar sus empeños cognitivos con sensaciones de intenso deleite". (Jennifer Ackerman en Parques urbanos, verdor para el espíritu, articulo para National Geography.)

Así que cuando vi el libro Breve historia de los colores no dude en lanzarme en este mundo que esta siempre enfrente de nosotros y lo dejamos pasar, hemos creado una gran barrera que no permite que apreciemos el caleidoscopio de colores que nos rodean, con este espíritu me adentre en la lectura del libro de Michel Pastoureau, historiador y antropólogo francés dedicado desde hace algunas décadas a todo lo que tenga que ver con la historia de los colores y nuestra percepción de ellos, así que nos remontamos a la era de la cavernas cuando usábamos las mezclas más exóticas para lograr expresar nuestros sueños y vivencias, pasamos por roma y nos quedamos un buen rato alrededor del mundo medieval con su simbología religiosa, llena de fantásticas mesclas. El libro está editado en manera de entrevistas, las preguntas son hechas por Domenique Simonnet, cada capitulo esta dedicado a cada uno de los colores más importantes, el azul conformistas, el rojo del fuego, la sangre, la pasión, el amor y el infierno, rojo socialista, el blanco angelical, puro e inocente, el verde misterioso, el amarillo infame, el negro de duelo y elegancia, pero no solo se le da su espacio a estos colores muy conocidos, también los semicolores, anaranjado, violeta, marrón, el rosa apacible y el gris. Veremos cómo los colores tiene todo una simbología que ha cambiado con el devenir del tiempo, estos antiguos códigos a los que obedecemos inconscientemente y que todavía es importante.

Si te interesa el mundo de los colores este es un pequeño ensayo sobre sus significados, veraz de manera diferente algunos colores que tenías ya condicionados, estoy seguro que dejaras de banalizarlos. Siguiendo las ideas del buen Goethe, somos nosotros quienes hacemos los colores, un color que nadir mira, no existe, un vestido rojo sigue siendo rojo cuando nadie lo mira, no hay color si percepción, sin mirada humana, ellos(los colores) nos transmiten códigos, tabúes y prejuicios a los que obedecemos sin ser consientes de ello. Siete capítulos muy interesantes, no hay una bibliografía que soporte las ideas de Pastoreau, pero sus conocimientos sobre el mundo de los colores, despiertan mucho interés por saber cómo llego a estas conclusiones. El libro es corto y facil de leer, los capítulos son pequeños y llenos de información que te dejara interesado en saber más sobre el tema, muy recomendado.


El Origen del Mundo de Coubert

En esas oportunidades que hay en la vida para meditar un poco sobre temas existenciales, me recuerdo de un tema que me intereso mucho en su momento, lo erótico y lo pornográfico, aunque hay una distinción entre ambas maneras de expresar nuestra sexualidad, la línea que las divide a mi parecer es muy delgada, hay momentos en que lo que es erótico puede parecernos muy porno. Nuestra sensibilidad puede ser afectada por un cuerpo hermoso que enseña hasta los últimos recónditos lugares del cuerpo humano, pero si podemos pasar sin ninguna censura los cuerpos desgarrados por bombas o choques frontales que tanto gustan presentar en esos programas extremos de video caseros llamados siempre “most shocking” en vez de llamarse most annoying videos, así que estimados amigos nunca podre entender porque prohibimos las representaciones de cuerpos desnudos que no tiene que ser perfectos para ser bellos(ejemplo de esto es el cuadro de "Benefits supervisor Sleeping" de Lucian Freud) y en cambio nos presentan todo el gore y el terror de cuerpos corrompidos por la violencia extrema sin ningún pudor.


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Bueno la cuestión que nos hace recordar esta reflexión que hice en su momento, es la publicación en España del libro de El origen del mundo, historia de un cuadro de Gustave Courbet, libro traducido del francés del autor Thierry Savatier publicado por la editorial Trea, en el cual se trata descifrar el misterio de la musa de Courbert y todo las controversia que despertó en su momento. MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO, hace una pequeña reflexión con motivo de la publicación dedicada al controversial cuadro de Courbert, despertara algunas sonrisas o ruborizara a los visitantes de las librerías, bueno eso tendrá que verse cuando se cuelgue en el apartado de novedades de las librerías españolas.

Aqui la reflexion de MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO en el suplemento Babelia del periodico el Pais, sobre esta publicacion.

CRÓNICA: SILLÓN DE OREJAS
El origen (genital) del mundo
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO 14/11/2009

Lo que es la vida. ¿Quién le iba a decir al puritano Lacan (descanse en paz sin que ningún colega venga a interrumpirle a cuenta de su invento de la duración variable de la sesión psicoanalítica) que El origen del mundo, la provocativa pintura de Courbet de la que fue último propietario privado, iba a exhibirse por partida doble en las mesas de novedades de las librerías españolas? Como se sabe, el pequeño lienzo (46×55), ahora en el Musée d'Orsay, representa de forma extremadamente naturalista, y en primer plano, el sexo y el vientre de una mujer con las piernas abiertas y en, digámoslo técnicamente, decúbito supino, en un encuadre limitado por el pecho y la parte superior de los muslos. Pues bien, en este momento están a la venta dos libros que han elegido el escandaloso cuadro como motivo de cubierta: la novela de Nick Cave La muerte de Bunny Munro (Papel de Liar) y, de forma más explicable, El origen del mundo, historia de un cuadro de Gustave Courbet, de Thierry Savatier (Trea). De los dos, el que aquí me interesa ahora es el segundo: Savatier no sólo analiza el insólito lienzo y el contexto en el que fue pintado (el París galante y licencioso de la segunda mitad del XIX), sino que se sumerge en su sorprendente peripecia interna y externa: quién fue la modelo cuyo rostro se oculta y a la que perteneció ese "soberbio coño" (lo siento, así dicen los paratextos de la cubierta); quiénes adquirieron sucesivamente la pintura, y cómo y a quiénes les fue mostrada (Lacan, por cierto, que estaba casado con Sylvia, la ex mujer de Bataille, hizo pintar a André Masson, a su vez ex cuñado de ésta, una réplica surrealista para ocultarla); quiénes (de Gautier a Lévi-Strauss) se sintieron fascinados por él. Una investigación detectivesca y apasionante sobre una de las pinturas más misteriosas de la primera modernidad. Y una portada a la que habrá quien dé la vuelta en muchas mesas de novedades. Y no sólo en El Corte Inglés (suponiendo que la expongan).
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Sobre el libro.

La posición de las piernas, la ausencia de rostro (rasgo que la dota de mayor misterio y, a la vez, universalidad), la rotundidad de las formas, la inevitabilidad del primer plano y, desde luego, ese oscuro y espeso triángulo que castiga cualquier intento de negar lo que se está contemplando…: esta obra de Courbet, escandalosa y arrebatadora, posee un poder de fascinación tal que la convierte en una pieza única de la historia del arte occidental.
Y si apasionante puede ser el análisis pictórico de este Origen del mundo, no lo es menos el de su itinerario desde que Courbet lo pintara en 1866 para el diplomático y coleccionista turco Khalil Bey: trazado al detalle por Thierry Savatier gracias a una exhaustiva investigación (que ilumina muchos aspectos oscuros y abre estimulantes líneas futuras), conoceremos el París galante de finales del siglo xix pasando por los años de la ocupación nazi de Hungría, donde el cuadro fue robado, hasta su vuelta a Francia tras su adquisición por el psicoanalista Jacques Lacan y su definitiva recuperación para el público con su llegada al Museo de Orsay en 1995. Y en este sinuoso trayecto son muchas las personalidades de los dos últimos siglos que aparecen vinculadas al cuadro, impresionadas, alarmadas y siempre, secreta o abiertamente, cautivadas: Gautier, Sainte-Beuve, Goncourt, Marguerite Duras, Claude Lévi-Strauss, René Magritte…
Al misterio telúrico y la fascinación primaria de su contenido corresponden, pues, como en estas páginas se narra, un enigmático contexto (desde el propio título del cuadro hasta la identidad de la modelo que ante Courbet abrió sus piernas) y una intrigante historia de desapariciones, ocultamientos y dolosos olvidos que parecen haber conspirado, como contra él y la sacudida de libertad que genera siguen tratando de hacer los veladores de la moral, para ocultar a hombres y mujeres la magistral visión de lo que es nada más y nada menos que un soberbio coño: un coño soberbio por su atrevida contundencia, pero, por encima de todo, por su magistral factura, que marca un punto y aparte en el devenir de la pintura occidental, lo que hace plenamente justificable y absolutamente necesaria esta «biografía».

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Un terreno Brutal.La guerra civil Americana.

El Nuevo libro del profesor Keegan está dedicado a la Guerra Secesión, lo primero que me extraño cuando lo vi anunciado en algunas páginas de historia fue lo corto que era 365 páginas, un conflicto de la misma magnitud que el país donde se produjo, por lo menos debería de pasar las 500pg, claro no hay que prejuzgar un libro por el mero hecho de no tener tamaño de adoquín y necesitar unos buenos bíceps para manejarlo, solo que me pareció raro y demasiado condensado, la guerra civil americana tiene mucha caña que moler, desde los encontronazos con las antiguas teorías militares de cargas de infantería, el uso de artillería de manera extensiva, las nuevas armas que definirían el siglo XX(armas de fuego más rápido y de mas fácil manejo), la esclavitud y las huellas que todavía perdura en algunos estados de la antigua confederación, son temas que valen la pena abordar y escudriñar. Leyendo la reseña por el historiador JAMES M. McPHERSON, otra bestia de la historia militar de la guerra civil, es una lástima que un buen historiador británico como Keegan cometiera varios errores con respecto a la geografía y la política americana, los británicos son muy buenos historiadores, desde hace algunos años hay una nueva camada de escritores que se han centrado en la historia militar para todo público(o como les gusta llamarlo a nuestros amigos en España libros de divulgación). No creo que llegue a leer el libro de Keegan pero la reseña me intereso por ser un historiado de la guerra civil criticando a otro historiado de la altura de Sir John Keegan (fundador de la divulgación de la historia militar).



November 1, 2009
Brutal Terrain By JAMES M. McPHERSON

THE AMERICAN CIVIL WAR
A Military History
By John Keegan
Illustrated. 396 pp. Alfred A. Knopf. $35
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John Keegan is our generation’s foremost military historian. His 1976 book “The Face of Battle” helped start what is still called “the new military history,” with its emphasis on the cultural context of war and the actual experience of men in battle. In more than a dozen additional books, Keegan has demonstrated his narrative and analytical skills in the traditional genre of military history, concentrating on questions of command, strategy, tactics and the changing technologies of warfare. With great expectancy, therefore, one turns to his first book-length study of the Civil War.

In some respects “The American Civil War: A Military History” fulfills such high expectations. With deft turns of phrase, Keegan portrays the weaknesses and strengths of the war’s principal commanders. The Union general George B. McClellan suffered from a “disabling defect as a commander: readiness to take counsel of his fears.” He was “psychologically deterred from pushing action to the point of result. Fearing failure, he did not try to win.”

In contrast, Gen. Ulysses S. Grant, of whom little was expected at the beginning, turned out to be “both an absolutely clear-sighted strategist and a ruthless battle-­winner.” He displayed “all the qualities that Lincoln hoped to find in McClellan but failed to.” Grant had an extraordinary ability “to visualize terrain in his mind’s eye”; he “quickly grasped how modern methods of communication, particularly the telegraph and the railroads, had endowed the commander with the power to collect information more quickly and the means to disseminate appropriate orders in response.”

Robert E. Lee’s “greatest gifts of generalship were quick and correct decision-making in the face of the enemy, exploitation of his enemy’s mistakes and economic handling of the force available to him.” But unlike Grant, “Lee was not really a strategist, though he was a brilliant tactician and operational leader.”

As for other generals, Keegan considers Stonewall Jackson “a military genius” whose operational motto, however — “always mystify, mislead and surprise the enemy” — sometimes mystified his own subordinates. The Confederate general Braxton Bragg, “though a fighter, was also bad-tempered and alienated most of his subordinates by insulting them,” while William T. Sherman “showed something of Grant’s gifts of communication, quickness of decision and ruthless analysis of the military situation.”

In sum, “Sherman and Grant were the two outstanding generals of the war” because they recognized what Keegan calls the “geostrategic problems” facing Union armies and figured out how to overcome them. Geography, Keegan writes, is “the most important of all factors that impinge on war-making,” especially in North America, where “the vast extent of territory and its varied and dramatic character oblige soldiers to conform to its demands more rigorously than in almost any other region of the world.”

The Confederacy comprised 800,000 square miles, an area about the size of Spain, Italy, France, Germany and Poland combined. The Southern coastline against which the Union navy mounted a blockade was 3,500 miles long. The Appalachian mountain chain constituted a military barrier to Union invasion, while many Southern rivers also provided strong defensive positions. These geostrategic obstacles eventually succumbed to the technology of steam power on rivers and rails, the mobility of armies commanded by Grant and Sherman, and the hard fighting that depleted Confederate manpower by battle, capture and attrition.

The analytical value of Keegan’s geostrategic framework is marred by numerous errors that will leave readers confused and misinformed. I note this with regret, for I have learned a great deal from Keegan’s writings. But he is not at top form in this book. Rivers are one of the most important geostrategic features he discusses. “The Ohio and its big tributaries, the Cumberland and the Tennessee,” he writes, “form a line of moats protecting the central Upper South, while the Mississippi, with which they connect, denies the Union any hope of penetration.” The reality was exactly the contrary. These navigable rivers were highways for Union naval and army task forces that pierced the Confederate heartland, capturing Nashville, New Orleans, Memphis and other important cities along with large parts of Tennessee, Louisiana, Mississippi, Alabama and Arkansas. Keegan acknowledges this reality later in the book when he notes that these rivers “offered points of penetration to the Union into Confederate territory.” Precisely.

But Keegan’s grasp of river geography and other terrain features is shaky. He confuses the Ohio and Tennessee Rivers, seems to place the Confederate forts Henry and Donelson on the wrong rivers, has the Kanawha River join the Monongahela River at Pittsburgh to form the Ohio River (it is the Allegheny River that joins the Monongahela, while the Kanawha empties into the Ohio 150 miles southwest of Pittsburgh) and shifts the state of Tennessee northward, where he says it “gives on to” Illinois, Indiana and Ohio. The Confederates did not abandon their strong point on Island No. 10 on the Mississippi River; Union forces surrounded and captured it with its 5,000 defenders. Tunnel Hill at Chattanooga is not a feature of Lookout Mountain, and the battle of Cedar Mountain did not take place in the Blue Ridge.

There are many other errors in the text, perhaps foreshadowed by wrong dates for a half-dozen battles on the map at the beginning of the book. North Carolina did not escape Union invasion until almost “the end of the war” (it was first invaded in February 1862); the old canard that some Union soldiers were bayoneted in their blankets at Shiloh is simply not true; at least 10 percent of United States soldiers in 1865 were black, not 3 percent; the British government recognized the Confederacy’s belligerent status under international law in May 1861, not 1863; and so on.

These and similar mistakes can perhaps be attributed to carelessness, but others seem inexplicable. Keegan declares that Lincoln “never learnt the importance of visiting armies in the field, from which he might have discovered a great deal,” apparently unaware that Lincoln visited armies in the field 11 times, spending 42 days in their camps. Describing the role of the United States Navy in the Civil War, Keegan makes the astonishing claim that at the outbreak of the conflict “almost all” of its “antiquated” warships were sailing vessels and that “none had been launched later than 1822.” In fact, 57 of the Navy’s ships had been launched since 1822, and 23 of them were steamships, including six screw frigates launched in the 1850s that were as advanced as any ships of their class in the world. And what is one to make of the statement by Keegan, a native Englishman, that the British prime minister during the American Civil War was Benjamin Disraeli? (It was Viscount Henry Palmerston.)

Keegan’s sympathies lie with the Union cause in the war, and he considers Lincoln a better commander in chief than Jefferson Davis. Like Grant and Sherman, Lincoln “abandoned altogether the conventional thought that the capture of the enemy’s capital would bring victory. Instead he now correctly perceived that it was only the destruction of the South’s main army that would defeat the Confederacy.” But Keegan shares a widespread misconception about Lincoln’s most eloquent expression of the war’s meaning. “The genius” of the Gettysburg Address, he writes, “lies less in his magnificent words than in his refusing to differentiate between the sacrifice of the North and the South.” This assertion could not be more wrong. The soldiers who “gave the last full measure of devotion” at Gettysburg so that the “nation might live” were Union soldiers. No Confederates were buried in the cemetery that Lincoln dedicated; they fought to break up the nation that the “brave men” whom Lincoln honored fought to preserve. Far from refusing to differentiate between the sacrifice of the North and the South, Lincoln made the most profound differentiation.

James M. McPherson’s most recent book is “Abraham Lincoln.”

Reseña tomada del New York Times, Sunday book Review, Brutal Terrain.

Las pinturas son del artista norteamericano Don Troiani.

martes, 3 de noviembre de 2009

Una Verdadera Guerra Eterna.

Una muy buena noticia cuando vi la novedades de la editorial Critica, el libro de "Forever War" del corresponsal de Guerra para el New York Times, Dexter Filkins fue traducido al castellano, es uno de mis libros favoritos del año 2009 y de los mejores que he leído sobre la guerra de Irak hasta el momento. En algún momento comentábamos que no habían suficientes libros sobre este conflicto moderno (llamado por algunos la segunda guerra del Golfo Pérsico o la Guerra contra el Terrorismo), pero el libro de Dexter es muy personal y esto es la mejor parte de la narrativa de Dexter, no entraran en orígenes o la causas de la guerra, ni es un libro de historia donde analizáremos las tácticas de las fuerzas de la coalición, es un relato de la experiencias desgarradoras desde el punto de vista del soldado de infantería que tiene que corre por las calles de Faluja hasta los conflictos tribales entre Shiítas y Sunnis, todo lo que a veces no logramos captar en el periódico, ni en los reportajes sobre los coches bombas, como siempre en estas guerras no creo que haya vencedores.

CRÍTICA: LIBROS - Ensayo, narrativa y poesía Dexter Filkins,
Días de tinta y sangre.
LUIS PRADOS 31/10/2009

Ensayo. El pasado septiembre ha sido el mes menos violento en Irak desde la invasión norteamericana en 2003, tan sólo 125 muertos, y la tragedia en Mesopotamia hace ya años que no domina las primeras páginas de los periódicos. Pero hubo un tiempo en el que "los coches bomba y las llamadas a la oración constituían el himno nacional" del país como escribe Dexter Filkins, durante ocho años reportero de The New York Times en los frentes de la guerra contra el terror de Bush en La guerra eterna, un extraordinario libro de historia y de periodismo, que logró el premio al mejor de no ficción en 2008 del National Book Critics Circle de Estados Unidos.

Los años entre 2004 y 2007, los de la guerra civil sectaria entre suníes y chiíes, de limpieza étnica y de atentados de masas, es la época que cubre Filkins, cuando "los americanos estaban haciendo enemigos más rápido de lo que los podían matar". Fueron años con cientos de terroristas suicidas, una media de 40 secuestros diarios y la aparición constante de grupos insurgentes. Como resume una mujer en aquellos terribles días de Bagdad: "Todos los iraquíes estamos sentenciados a muerte pero no sabemos por quién".

Filkins decidió meterse hasta el fondo en ese torbellino de violencia y desgracia armado únicamente con los recursos del buen reportero: ir adonde no se puede, preguntar lo que no se debe, hablar con quien no quiere, confirmar lo que se sabe y evitar la demagogia. No es tarea simple. Como dice, "la vida del reportero es el dolor de los demás", un terreno donde es difícil combinar la ecuanimidad con la piedad. Es más, en La guerra eterna demuestra que estar empotrado entre las tropas norteamericanas no es un obstáculo para el mejor periodismo. Su relato de la batalla para recuperar la ciudad de Faluya en noviembre de 2004 de las manos de los integristas islámicos es uno de los grandes capítulos del reporterismo de guerra. Como lo es el dedicado a los terroristas suicidas, siempre "sorprendidos", paradójicamente, por su propia muerte.

Hace 2.000 años escribió Cicerón sobre Roma: "Caballeros, las palabras no pueden expresar cuán amargamente somos odiados entre las naciones extranjeras a causa del comportamiento violento y perverso de los hombres a quienes en años recientes hemos mandado a gobernarlos. Porque en aquellos países, ¿qué templo ha sido considerado sagrado por nuestros magistrados, qué Estado inviolable, qué hogar suficientemente protegido por sus puertas cerradas?".

Sus palabras aún suenan actuales. Filkins se dio cuenta pronto de que la guerra de Irak estaba perdida, en gran parte por el profundo desconocimiento y desprecio de los norteamericanos hacia el país invadido y sus habitantes. La guerra eterna no entra en las razones o mentiras que condujeron a la guerra ni aborda la criminal ausencia de cualquier estrategia para los primeros años de posguerra: sólo cuenta sus consecuencias y no sólo entre los iraquíes sino también entre los soldados de Estados Unidos, unos muchachos enviados a colonizar un planeta indescifrable.

Filkins dedica la primera parte del libro a la guerra en Afganistán. Cuando Occidente ha perdido el rumbo y debate cómo retirarse sin perder la cara, merece la pena detenerse en algunas de las reflexiones de Filkins: "La fuerza de los talibanes es su ignorancia". "Lo que temían los afganos era que el pasado pudiera volver con toda su fuerza, que el pasado llegara a ser el futuro".

Si es verdad que cada generación o cada época tiene su corresponsal de guerra, y Ernie Pyle fue el mejor durante la II Guerra Mundial y Michael Herr en la de Vietnam, sin duda Dexter Filkins es el de la guerra contra el terrorismo de la primera década del siglo XXI.

Dias de tinta y sangre, articulo tomado de Babelia(El Pais)

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Sinopsis

Este extraordinario libro nos habla de Irak y de Afganistán, pero también, y sobre todo, de las interminables guerras de nuestro tiempo y "de lo que los seres humanos son capaces de hacerse los unos a los otros". Dexter Filkins, considerado como "el más grande de los reporteros de guerra de esta generación", ha vivido nueve años en Irak y Afganistán. Presenció las atrocidades de los talibanes, entró en Irak con los primeros soldados norteamericanos y habló, en uno y otro país, con cientos de personas que le contaron sus vidas y le dieron entrada en sus hogares. De estas experiencias surgieron 651 cuadernos de apuntes que han sido la base de este libro excepcional, que nos habla de los seres humanos y de la irracionalidad de la violencia que destroza sus vidas. Este es, además, un relato de una calidad narrativa extraordinaria, que los críticos del New York Times han elegido como uno de los diez mejores libros publicados en el año 2008.

La guerra eterna, Dexter Filkins