El segundo avión / La torre elevada
Martin Amis / Lawrence Wright
Martin Amis / Lawrence Wright
A finales de 2005 un periódico danés desconocido hasta entonces en el resto del mundo, publicó unas viñetas sobre el profeta del Islam. En una de ellas, la más divertida, Mahoma se dirigía a las puertas del paraíso para advertir a unos personajillos achicharrados que hacían cola para entrar: “¡Parad! ¡Nos hemos quedado sin vírgenes!”. Como es sabido, aquellas viñetas desencadenaron una oleada de protestas, a veces violentas, en todo el mundo musulmán. La que he citado refleja dos preguntas que muchos occidentales nos hacemos: ¿qué relación hay entre la tradición musulmana y el terrorismo yihadista? ¿Tiene la sexualidad algo que ver con todo ello? El novelista británico Martin Amis (Oxford, 1949), que ha recopilado en El segundo avión sus artículos sobre el tema, se muestra inclinado a responder que bastante, en ambos casos. Por supuesto, Amis expresa su respeto al Islam, pero se muestra preocupado por el avance del islamismo radical como interpretación dominante de la tradición musulmana. Destaca también la obsesión por los temas sexuales de los predicadores islamistas, incluso los moderados, pero en este punto da a veces la sensación de que él mismo la comparte. En un relato que Amis no llegó a escribir, pero al que alude extensamente en uno de sus ensayos, crea el personaje de un yihadista dispuesto a utilizar como cinturón explosivo un artilugio de esos que permiten al varón cumplir debidamente en el acto sexual, aunque su propio órgano se muestre algo fláccido, y que el imaginario aspirante a terrorista usaba con sus cuatro esposas, sin excesivo entusiasmo por parte de estas. Cuando se habla de islamismo y sexualidad es casi inevitable referirse al viaje que el padre del actual radicalismo islamista, el egipcio Sayyid Qutb, más tarde condenado a muerte y ejecutado en su país, realizó a Estados Unidos a finales de los años cuarenta. La historia resulta tan hilarante que tanto Amis en El segundo avión como Wright en La torre elevada la cuentan. Qutb era entonces un funcionario del ministerio de Educación egipcio que había recibido una beca para ampliar estudios en América, pero allí quedó horrorizado por el libertinaje sexual que percibió. Baste decir que se encontró con que en una fiesta a la que asistió en un club parroquial ¡se bailaba agarrado! Algún cura español de aquellos años habría simpatizado con el punto de vista de Qutb. Aunque es discutible hasta qué punto influyen la liberación sexual y, sobre todo, la emancipación femenina, en el odio de los islamistas hacia Occidente, no hay duda de que la sumisión de la mujer figura en un lugar prominente de la agenda de los talibanes y otros fanáticos similares, incluidos esos peculiares aliados de Occidente que son los dirigentes saudíes.
El segundo avión contiene reflexiones inteligentes y comentarios divertidos, aunque la argumentación no resulta siempre muy sólida, mientras que La torre elevada es uno de los mejores libros que se han publicado sobre los orígenes del 11-S, junto al fascinante informe oficial (11-S: el informe, Paidós) y al mosaico de testimonios ensamblado por Peter Bergen (Osama de cerca, Debate). Lawrence Wright (Nueva Orleans, 1947) ha dedicado cinco años a realizar entrevistas a centenares de personas en Egipto, Arabia Saudí, Pakistán, Afganistán, Sudán, Gran Bretaña, Francia, Alemania, España y los Estados Unidos, y ha sabido enlazar toda esa información con la habilidad de un gran narrador. Ello le ha valido a La torre elevada un gran número de premios y distinciones, incluido el Pulitzer en 2007. Sus tres primeros capítulos examinan la biografía de tres personajes clave en el avance del islamismo radical y en su deriva violenta: el ya citado Qutb, el también egipcio Ayman al Zawahiri, número dos de Al Qaeda, y por supuesto Osama Bin Laden. Y al respecto no está de más recordar que, en las reuniones de adoctrinamiento previas a los atentados del 11-M en Madrid, se mencionaba a Zawahiri y Bin Laden, junto al fallecido mentor palestino de éste, Abdullah Azzam, asesinado en 1988, como los sabios religiosos que había que tomar como guía en sustitución de los ulemas comprometidos por su apoyo a los gobiernos árabes. En los orígenes del terrorismo yihadí hay una determinada interpretación de las exigencias del Islam. Acerca del nacimiento y desarrollo de Al Qaeda, un tema sobre el que se ha acumulado ya mucha información, Wright aporta nuevos datos. El grupo se fundó en 1988, en los momentos finales de la guerra de Afganistán, en la que Bin Laden y los voluntarios árabes jugaron un papel muy limitado, pero no fue hasta diez años después cuando se dio a conocer con los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Kenya y Tanzania. Por entonces, explica Wright, la CIA no tenía ningún informador en el seno de Al Qaeda ni de los agentes de seguridad afganos que rodeaban a Bin Laden. Algo inexplicable si de verdad Al Qaeda se hubiera fundado con ayuda de la CIA, como sostienen muchos exponentes del antiamericanismo. Al respecto Amis cuenta una anécdota, la de un debate en el que una joven espectadora le objetó que la respuesta adecuada el 11-S hubiera sido que los americanos se bombardearan a sí mismos, porque ellos habían creado a Al Qaeda. Ante el asombro de Amis, todo el público la aplaudió. La anécdota es reveladora de la desmedida afición a las teorías de la conspiración infundadas que manifiestan algunos seres humanos y también de una tendencia, muy difundida, que culpa a Occidente de todos los males del mundo. Enfrentados al horror del terrorismo suicida, no faltan inte- lectuales occidentales dispuestos a proclamar que lo importante es “entender las razones que pueden llevar a un ser humano a transformarse en una bomba”, como dijo en cierta ocasión José Saramago. Una observación que sería razonable si no implicara la tesis de que los terroristas no hacen más que defender a sus pueblos de la opresión. El héroe de La torre elevada es un hombre que dio su vida en el cumplimiento del deber. Se trata de John O’Neill, un policía de película, de origen irlandés, sinceramente religioso y suficientemente apuesto como para tener éxito con las mujeres, como lo demuestran sus tres fotografías con otras tantas beldades que se reproducen en la excelente sección de imágenes del libro. O’Neill fue nombrado en 1995 jefe de la sección antiterrorista del FBI y fue uno de los primeros expertos en comprender la magnitud de la amenaza que representaba Al Qaeda. El destino le jugó una mala pasada: en agosto de 2001 dejó el FBI para convertirse en jefe de seguridad del World Trade Center, en el que encontró la muerte el 11 de septiembre. ¿Es el fanatismo religioso el principal culpable de los horrores evocados en ambos libros? Amis parece creerlo y ante los excesos de los islamistas y otros fundamentalistas defiende la posición de quienes rechazan las creencias religiosas basadas en seres sobrenaturales, esas vanas fantasías que Joseph Conrad contrapuso en un párrafo famoso a las maravillas y los misterios de la vida real.
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